La belleza física (según los cánones que queráis) está a la vista y bien puede ser objeto de anhelo por parte de cualquiera: Los ojos de tal, la nariz de cual, las piernas de este, los brazos de aquel o la melenaza del de más allá.
De este forma, nos reconocemos incompletos/imperfectos, o mejor dicho, «mejorables/perfectibles» según el criterio que cada uno elija (o que la publicidad te haya marcado sin darte cuenta, pero eso es otra movida).
Así que, seguiré dietas, haré ejercicios o incluso visitaré el quirófano, para poder acercarme a este estado que me parece deseable. No entraré ahora en todos los problemas que acarrea esto porque voy a otra cosa. Si les apetece seguirme…
Me pregunto, ¿quién percibe la «belleza» del sabio, para poder anhelarla?
El otro día me preguntaban los alumnos aquello de «para qué sirve esto». Les di cuatro opciones, no excluyentes, para su gobierno.
- Ejercicio mental
- Formación de cara a un empleo deseado
- Formación para aumentar su empleabilidad general
- Crecimiento personal
En este caso estoy más enfocado a la cuatro y un poco a la uno, que por sí mismas deberían justificar la necesidad de instrucción.
Cuando integramos conocimiento nuestra visión se hace más rica y más profunda. Cuando un biólogo y yo vamos a un bosque, mi percepción no es igual a la suya.
«¿Qué ven tus ojos de biólogo, de experto en pintura, de físico, de matemático, de músico?»
Es algo que podríamos preguntar y que a veces preguntamos, para luego maravillarnos de la riqueza de matices que tiene la realidad y que no percibíamos.
Pero todos decimos: He estado en esa ciudad, he visto ese cuadro, he pensado sobre ese asunto… pareciendo que se olvida lo limitada de nuestra experiencia, frente a la riqueza de la del experto.
La misma capacidad de pensar varía mucho pero nadie reconocerá que piensa «regular», como sí podemos ver claramente que vamos vestidos regular o que nuestra forma física es deficiente.
Si habéis vivido la experiencia de estrenar gafas después de un tiempo sin ellas, o por primera vez, recordaréis la sorpresa: Ah, ¿vosotros veis así de bien?
El conocimiento y afinar tu «máquina de pensar» te posibilita una vida más rica, más humana en el mejor sentido, en lugar de consistir en tiempos muertos entre comer, dormir y cagar.
Pero si nunca se ha experimentado, si nunca has tenido un destello de lo que puede ser recorrer el mundo con quien ve, al menos alguna faceta, con esa riqueza, no sólo te la pierdes, es que ni te imaginas que existe. Y ya sabemos que está muy bien engullir comida, cantar a gritos o follar como conejos, pero en otras ocasiones nos apetece degustar algo sabroso, deleitarnos con los matices de música más compleja o hacer el amor. Porque saber más no empequeñece tus horizontes o los sustituye, sino que profundiza y amplía tus posibilidades de disfrutar de la experiencia humana.
Y esa es la grandeza de la sabiduría que florece del conocimiento, y esa es la belleza de la experiencia del sabio que parece no estar a la vista y, por lo tanto, queda lejos del anhelo del resto o incluso se ignora o niega su existencia.