Seguro que recuerdan aquella llamada «Siente a un pobre a su mesa», probable fruto de una concepción caritativa de la provisión de los derechos fundamentales. Hoy la recordaba porque otra consigna, mucho más celebrada y de moda, comienza a sonarme parecida: «Actúa local».
Cada vez veo más claro que tenemos dos dimensiones irrenunciables en la actividad humana, digamos la privada y la política, la personal y la social… entendiendo, por supuesto, que hay intersección no nula. No escatimo el adjetivo, irrenunciable, ya que la vida nos interpela en ambas facetas y la ausencia de respuesta es, de hecho, una clamorosa respuesta.
Diría que en la juventud se le atribuye a la dimensión política mucha más capacidad de la que, en la práctica, tiene. Todos queríamos cambiar el mundo.
Cuando se intenta actuar, o con el tiempo, empieza a verse que no es tan sencillo, ni tan rápido. En algunos casos esto genera una deriva conservadora e individualista, buscando mantener las migajas que se han acumulado, en otros, simplemente hartazgo, sumisión, aceptación de que las cosas son como son. Mención aparte para los más dañados por las circunstancias, que simplemente se afanan en subsistir. Y, entre los que comen caliente, hay también quienes no son capaces de acallar sus conciencias, que les siguen pidiendo esa necesaria transformación del mundo.
Con el tiempo me he vuelto menos «comprensivo» con la negación de la dimensión política de la vida que se practica tan a menudo por los indolentes y, lo que es más preocupante, por los bondadosos. De la misma forma que un político «amable» de una organización corrupta o dañina acarrea una responsabilidad en su militancia, los ciudadanos que damos la espalda a la responsabilidad de nuestra participación en las estructuras, o que directamente las obviamos, también somo deudores de nuestras acciones y omisiones.
Que la condesa sentase a un pobre a su mesa en un día señalado, mientras seguía perpetuando la opresión, se nos antoja repugnante. Salvando las diferencias, ¿qué hago yo cuando hago extraescolares por la cara o trabajo los fines de semana? ¿No estoy «sentando a un alumno a mi mesa»? ¿No es eso pan para hoy y hambre para mañana? ¿No debería luchar porque fuese estructural el tiempo y el personal necesario para la atención adecuada, el periódico del centro, el grupo de teatro, el equipo de deportes, etc.?
No lo hacemos porque seamos gilipollas, es que tú ves los ojos del chaval que «sientas a tu mesa», al que le dedicas horas, al que le das apoyo… los ojos que no contemplas son los de los que no ven provisto su derecho porque da la casualidad de que no hay suficientes mártires o héroes en su centro para cubrir todas las necesidades.
Como en el caso del dilema del tranvía, me duele más el daño que se produce por mi acción que por mi inacción, y me siento mucho más culpable de dejar a ese chaval tirado que si lucho por mejorar la estructura, pero el daño que se hace es mucho mayor. Tenemos una responsabilidad política por las implicaciones de nuestros actos individuales y por la participación, o ausencia de ella, en lo común.
Ir a llevar café a las personas sin hogar, dar clases gratis, ir a atender enfermos, nos produce una sensación agradable de empatía con el prójimo, nos ocupa el tiempo, nos gasta las energías… nos vamos a la cama complacidos con hacer lo que se puede. Me pregunto si es eso todo lo que podemos hacer, si elegimos ese refugio cómodo de la acción local dando por perdido el cambio estructural, pensando en vivir como Kung Fu, arreglando lo que salga a nuestro encuentro, secando las lágrimas de los ojos que vemos y no pensando mucho en los que no vemos. ¿Es quizá una profecía autocumplida? ¿Nada puede cambiarse justo porque no lo intentamos?
Javi, encima que hacemos cosas, con tanto cabrón suelto que hay, ¿nos sacas los colores a nosotros?
Y, ¿con quién podría hablarlo, queridos, con quién? ¿Con los cabrones? ¿Con los que no tienen fuerzas más que para agradecernos la ayuda cuando se la podemos dar? ¿Quién está llamado a cambiar esto? ¿Nos rendimos del todo? No lo sé. Sólo hablo en alto para los que se paran a escuchar.