¿Cómo mides cuando no te importa?

26 octubre 2020
Identificación antropométrica (Dibujo antiguo)

Fuente

Aunque yo soy Físico Fundamental (digamos tirando a teórico), mi carrera profesional como profesor ha sido enseñar Tecnología/Informática en Secundaria, así que he aprendido a amar a los ingenieros 😉

Serán imprecisos, usarán tablas y modelos que no saben ni de donde salen, de acuerdo, pero se suben encima y se ponen debajo de lo que construyen. Y eso es tener compromiso con lo que se hace. Respect.

Un día dije esto en Twitter y alguien me contestó: «Coeficiente de seguridad».

Ya, ya. I know. Calculan el grosor de una columna… y lo multiplican por dos, por ejemplo, pero fijaos que CONTROLAN su grado de aproximación, y esto es fundamental. Os lo contaba en Aproxímate.

La medida es una parte fundamental de la Ciencia, o de cualquier otra actividad que descanse en lo empírico como criterio de certeza.

Medir la realidad es la manera en la que tomamos los datos con los que modelamos el mundo y volver a medir es la manera para cotejar los resultados de nuestros modelos. Así comprobamos si son adecuados o no.

Pero, ¿qué pasa cuando quien mide no tiene que pasar por ese «examen final»? ¿Qué pasa cuando el valor medido no tiene que «demostrar» que es una buena medida? ¿Qué pasa cuando te da igual el resultado de tu medida?

Pues pasa lo que vemos en las noticias a diario: Muchos números pero muy poca vergüenza.

Imagina que soy un productor de alimentos enlatados. Para la pregunta «¿Cuándo caduca esta lata?» quiero una respuesta REALISTA. Quiero saber la verdad, porque me IMPORTA, porque va a afectar seriamente a la fuente de dinero con la que pago mis facturas. Más allá de las decisiones que tome con este valor, quiero saber cuál es. Por ejemplo, podría poner una fecha muy adelantada para asegurarme de que nunca jamás se le estropeara a nadie una lata, o podría querer apretarme mucho a esa cifra para liquidar un stock (avisando al comprador). Sea como fuere, NECESITO SABER ese valor para poder «trabajar» con él. Me la juego.

Pero, ¿qué pasa cuando no me la juego? ¿Qué pasa cuando las decisiones que se toman con tus medidas se aplican a otras personas? ¿Evalúas igual una inversión en la que pones tu dinero que otra en la que involucras a un cliente, o a un peatón sin relación contigo? ¿Qué pasa cuando se toma una «medida» sobre el nivel educativo de los estudiantes, el IPC, la tasa de pobreza, el impacto sobre la esperanza de vida de una buena sanidad pública?

Empezaré diciendo que esas medidas «sociales» o «humanas» son de gran dificultad, pero se incrementa hasta el extremo cuando no te importa, y añadiré que hay mucha gente muy preocupada por hacerlo de la mejor manera posible, pero en las cúpulas donde se manda están… quienes están, y no suelen ser aquellos con las mejores competencias técnicas.

Quitamos unos profesores de apoyo en las escuelas, aumentamos el nivel permitido de un contaminante… ¿a quién le interesa medir el impacto real sobre la vida de la gente?

¿Quién se ocupa de cuidar de que el IPC o la tasa de pobreza reflejen eso que predica sus nombres? ¿Qué actos políticos se verían forzados a tomar a partir de un valor realista?

Como ya no somos tan jóvenes hemos visto subir los precios con la llegada del euro y que ese año BAJARA el IPC. O que una descomunal burbuja inmobiliaria tampoco hiciera que se dispararan los «precios», aunque el gasto en vivienda se coma un porcentaje muy amplio de los ingresos de las familias. Raro, ¿verdad?

Claro, es que el IPC, es un valor que sirve de «semilla» para calcular otras cosas. «Es que si sube mucho, tengo que subir las pensiones.» Ya, ya. Pero los pensionistas están pagando los precios REALES, por más que tú digas que no han subido y que ellos vean mermado su poder adquisitivo.

Pero vaya, te digo el IPC como te podría hablar del aislamiento térmico de un edificio, del aprobado en una asignatura, de la tasa de pobreza… de cualquier indicador que me obligue a tomar decisiones que no quiero.

Si estos valores no van a sufrir el contraste directo con la realidad y no inciden sobre quien me importe, puedo medir «mal» para que salga el valor que me permita decidir en la dirección que había elegido previamente. Han dejado de ser una medida para ser una herramienta de control, una mentira más.

Esto incrementa la desafección de la sociedad por la Estadística y las Ciencias Sociales, porque les han hecho creer que esos valores falsos, en evidente contraste con «lo real» a ojos del peatón, son la conclusión que arrojan esas disciplinas. «No hay peor mentira que la Estadística», JA.

Claro que puede uno medir seriamente, tratar los datos con respeto y extraer lo mejor de ellos, pero para eso hace falta dominio técnico y honestidad, y no andamos muy sobrados de ninguna de las dos en las altas esferas.

Decía un conocido economista, el mejor consejo sobre inversión es que tu gestor invierta SU dinero donde te aconseje invertir el tuyo. Quizá esa sea la manera, vincular el destino de los que deciden con el nuestro, sus intereses con los nuestros. No podemos dejar que la gestión de Lo Común siga siendo llevada a cabo por los que sólo buscan destruirlo, hacerlo trocitos y repartirlo entre sus amigos. Dañar el Bien común, no puede salir tan barato, y menos aún reportar beneficios.

Al igual que no culpamos a la lengua o al idioma de las mentiras que tejen con ellos, no culpemos a la Estadística o a las Ciencias Sociales de las mentiras que envuelven con ellas.

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Trabajar en lo tuyo

7 enero 2020

¿De quién son mis talentos?

¿Quién se beneficia de ellos? ¿Yo? ¿Otros?

¿Cómo se reparte el valor que añado?

Últimamente, personas de la generación que me precedió, de bajo nivel socioeconómico y en épocas complicadas de guerras y posguerras, me han contado historias sobre la vida hace cincuenta o sesenta años. Suenan como algo de película para nosotros, sus hijos, ya en otras circunstancias geopolíticas y socioeconómicas (en gran parte por el esfuerzo que hicieron ellos por nosotros).

Me ha llamado mucho la atención la concepción del trabajo: muy dependiente de las circunstancias (se trabajaba de lo que «había», un familiar te decía que había plaza en su fábrica e ibas para allá), desde muy niños y muy trabajosamente. Como veis bastante alejado de la concepción de trabajo que tenemos sus «acomodados» descendientes que tuvimos acceso a formación, que queremos trabajar en lo «nuestro» y que definimos buena parte de lo que somos por el trabajo que desempeñamos.

Muy lejos de mi intención caer en «antes estaban mejor», pero creo que hemos distorsionado el papel del trabajo en nuestras vidas, para perjuicio nuestro… y beneficio de otros.

¿Quién no quiere trabajar en lo suyo? ¿No es una ventaja poder desempeñar una labor que te agrada? Por supuesto que es una ventaja. Mi pregunta es: ¿Para quién debe serlo?

En tiempos confusos hay que repasar conceptos básicos. Recordemos que en el trabajo por cuenta ajena, cedo parte de mi tiempo, capacidades, conocimientos a otro que obtendrá un rédito económico por ellos, del cual yo recibiré una parte. Y ese es mi pago, esa parte del rédito económico, motivada porque quien me contrató consigue también un rédito económico.

Esto que parece evidente cuando encaramos un trabajo «alimenticio», algo que hacemos porque tenemos que trabajar, pero que no nos agrada particularmente, se desdibuja bastante cuando hablamos de trabajos «vocacionales» o de trabajar en lo de uno. En estos casos parece que poder desempeñar esa labor ya es un privilegio y, por lo tanto, un pago, parte de tu «salario». En algunos casos se extrema tanto, que poder hacer lo que te gusta se convierte en el único pago: escritos que te dejan «firmar», apariciones en medios que te dan «visibilidad», charlas o conferencias gratis, obras artísticas gratis, actuaciones musicales por las cervezas, etc.

Así que resulta que tengo cierto talento y gusto por una actividad, pero, en lugar de ser una ventaja para mí, se convierte en un inconveniente. No soy yo el que saca beneficio de escribir un artículo con gusto, es el propietario de la revista quien deja de pagarme gracias a mi «gusto». Pues vaya negocio que he hecho.

Me recuerda también el caso de las personas con ciertas características físicas o mentales que se convierten en una carga o una obligación en lugar de ser una baza que pudieran jugar en su beneficio. Personas altas que deben jugar al baloncesto, personas de altas capacidades que deben estudiar varias carreras o hablar tres mil idiomas. Por supuesto, el problema está en el deben.

Mis talentos, mis habilidades, mis características sobresalientes… comparten algo, y es que son MÍAS. Así que seré yo quien deba beneficiarse de ellas o disponer su uso para bien de otros a mi personal criterio. Serán MI baza, ni una carga, ni algo que usa mi empleador u otros a su antojo para su beneficio y, en ocasiones, para mi perjuicio.

Para los que nos precedieron era la presión vital de la subsistencia la que obligaba a que el trabajo mediatizase la vida: horas sin cuento, cambios de ciudad, vivir lejos de los suyos, viajes interminables… lo que fuera por tener un trabajo, lo único que daba acceso a comer y vivir bajo techo a la gente de clase trabajadora. Hoy, aquellos a los que nos repartieron más cartas y mejores, andamos también mediatizados por el trabajo. Es cierto que seguimos siendo clase trabajadora, tenemos que trabajar para vivir, pero no parece que le estemos sacando ventaja a las más y mejores posibilidades objetivas que tenemos respecto a ellos. Seguro que muchos os reconocéis en «horas sin cuento, cambios de ciudad, vivir lejos de los suyos, viajes interminables…» pero no desde la cabina de un camión cargando y descargando lo que fuera, sino con vuestro título universitario y vuestros trabajos de «corbata». ¿Qué ha pasado?

¿Más carga de trabajo es tu premio por trabajar rápido y bien? ¿Menos sueldo es tu premio por disfrutar de tu actividad? ¿Trabajar gratis «como hobby» es tu premio por tu vocación?

En mi opinión, otros han capitalizado lo que somos y sabemos. En algunos casos hay un miedo más o menos fundado al desempleo y eso puede justificar todo lo que tragamos, pero a los que somos funcionarios sólo nos queda el sesgo, y no penséis que se diferencia mucho del de otro trabajador. Creo que incurrimos en confundir lo que somos y en lo que trabajamos. Olvidamos que la vida tiene múltiples facetas, que no somos profesores o médicos, algo que sabía el operario, o que al menos no somos sólo, ni principalmente, profesores o médicos.

Hay mucha gente protestando porque «deciden» prolongar su actividad laboral como «hobby» y se les critica. Más allá de las múltiples derivadas problemáticas que tiene eso para su trabajo, la estimación de su carga laboral, la externalización de costes en formación o equipamiento, y las implicaciones para otros trabajadores que no pueden, o quieren, hacer eso… bueno, pues más allá, está la dimensión simplemente humana del asunto. ¿Cuántas horas tiene el día? ¿Cuántas le dedicas a esa actividad? ¿Cuántas quedan (el día es limitado) para otras? ¿No hay nada (o nadie) más importante o urgente y que está recibiendo menos atención de la que le corresponde… incluido tú?

Bueno, no sé si se me entiende… resumiendo.

No olvidemos que trabajamos para vivir y no a la inversa, que nuestros talentos y capacidades están, primero, a nuestro servicio y que somos mucho más que una profesión, por interesante que sea, somos personas con toda la grandeza que esconde esa palabra.


Tiempo de meditar

10 febrero 2011

Os dejo un texto de Javier Sáez de Ibarra, compañero profesor de Lengua y Literatura y uno de los culpables de que se publiquen mis libros.

Tiempo de meditar

Este es el momento de subir a la montaña y mirar desde arriba lo que se están tejiendo ahí abajo. Las noticias nos bombardean, los escándalos, la propaganda del gobierno y de las empresas, las distracciones y las amenazas… ayer mismo wikileaks revelaba cómo la embajada de EEUU logró que no hubiera medicamentos para pobres en Guatemala (un país mayoritariamente pobre); hace unos días hemos sabido que los ancianos trabajarán más para cobrar menos; hace unos meses el plan Bolonia devaluó los títulos universitarios y obliga a los estudiantes a estudiar pagando más si quieren que su título sirve de algo; los bancos se quedan con el piso del moroso y lo obligan a pagar sus veinticinco o treinta años del crédito que le dieron, ya para nada; nos dicen que entregaremos más dinero por los medicamentos; los funcionarios perdieron sueldo; el poder adquisitivo de todos los trabajadores se ha rebajado un 4% en los últimos diez años. Etcétera.

Es hora de ascender y mirar todo esto como un conjunto. Asistimos a una ofensiva de los poderosos (se decía “la alta burguesía”, cuando este lenguaje no nos había sido aún arrancado) contra los im-potentes: cada vez obtener más beneficios de todo lo que hacemos en nuestra vida: sea trabajar, estudiar, curarnos, entretenernos, envejecer, vivir. Formidables instituciones financieras, políticas, informativas y culturales están de acuerdo en ello; y la codicia que los mueve no conoce la piedad por los que daña. No hay hombres armados en las calles, pero (Weber dixit), son las leyes que han hecho y hacen a su interés las que nos sojuzgan. Nuestro sufrimiento español es, sin embargo, apenas un poquito del que vienen padeciendo desde hace décadas millones de personas en Latinoamérica, por ejemplo, donde la misma ambición impera sostenida por el FMI y el Banco Mundial, las sociedades financieras y las oligarquías (perdón: los grandes partidos y los grandes emprendedores).

Es tiempo de meditar en el sufrimiento, soportable o atroz, según los casos, que esta deriva nos va produciendo. Meditar para no creer mentiras, para saber lo que nos hacen, para no aceptar la propaganda y la desinformación fragmentada, para no votarles, para no necesitar lo que nos venden, para zafarnos de sus camisas de fuerza, para conversar de lo verdadero entre nosotros. Por lo menos, para la revolución silenciosa de nuestros cerebros. Para manifestarnos en la calle. No sé, para no sonreír como bobos, para tocar una felicidad no manipulada. Subir a una montaña aún no privatizada, sentarnos ahí y hablar, y esperar a otros.

Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961), vive en un pueblo de Madrid, es profesor de instituto. Ha publicado tres libros de cuentos: El lector de Spinoza (2004), Propuesta imposible (2008) y Mrar al agua. Cuentos plásticos (2009), con el que ganó el I Premio Internacional de narrativa breve Ribera del Duero; todos aparecidos en la editorial Páginas de Espuma. Y ha escrito el poemario Motivos (2004), en editorial Icaria.


Las verdades del barquero. Arcadi Oliveres

4 febrero 2011

Aunque os suene conspiranoico, la mayoría de estas cosas son ciertas, si no todas… (Gracias Mónica por el enlace)

Y, como siempre, lo más triste es que vivamos en un mundo en el que suene verosímil.

Con mucho cariño a mis alumnos de 3ºA con los que hoy hemos hablado mucho de estas cosas… y os recuerdo que como no pongáis comentarios os pasaré factura.

Son ocho vídeos, pero empezad y veréis como no lo podéis dejar.

http://www.youtube.com/watch?v=yCzmWZ2P7Qw


Bill Gates y otros 39 millonarios donarán la mitad de su fortuna

9 agosto 2010

La verdad me parece una noticia fantástica. Supongo que se pueden poner muchos «peros» y criticar… pero me parece un estupendo principio.

Si como dice el Principio de Pareto, el 80% de la población tiene que vivir con el 20% de los recursos, no hay mucho que se pueda hacer pasando el dinero de unos pobres a otros. Creo que la única solución pasa porque se redistribuya la riqueza de verdad, lo que no quiere decir que les dejemos dinero a otros países a altos intereses, sino una transferencia de bienes neta (de la forma que sea). Esta noticia me suena a esto.

Insisto, me parece una noticia estupenda.

Por nuestra parte, como otras veces he comentado, creo que también podemos hacer nuestra contribución. Igual os apetece echar un ojillo a este texto.

LOS OTROS Y TÚ


«We don’t redistribute wealth. We earn it»

22 marzo 2010

A veces mis alumnos me preguntan: «¿Para qué vale esto?».

Estas cosas de la ciencia parecen raras y poco útiles. Vale, de acuerdo.

¿Qué me dices de un tío corriendo dando vueltas a una manzana? Desplazamiento cero y acabas cansado… ¿no es más raro que lo mío?

En este caso todo el mundo entiende que está ejercitando sus músculos, su cuerpo, y que eso le mantiene sano.

Pues esa es la respuesta señores, como mínimo, estudiar algo de ciencia ejercita el pensamiento ordenado, el pensamiento crítico, el sentido común… y mantiene nuestra cabeza en forma.

¿Por qué salgo ahora con esto?

Observo que con frecuencia lo que aparece como maldad suele ser pura ignorancia o estar bien aderezado con ella.

El caso del que quiero hablaros es, a mi entender, simplemente ignorancia.

Ayer, con motivo de la votación del asunto de la sanidad en Estados Unidos (enhorabuena!), entre los manifestantes en contra aparece una pancarta que dice:

«We don’t redistribute wealth. We earn it»

(«Nosotros no repartimos riqueza. Nos la ganamos»)

Nacer en el mundo occidental y probablemente en una familia de clase media no se me antoja mérito personal alguno.

Trabajar «mucho» es lo que hacen millones de personas en el mundo. Desde los más «altos» ejecutivos hasta los que tienen que recorrer diez kilómetros diarios para encontrar agua potable. Por lo tanto tampoco me parece un mérito a distinguir.

Y para los que reclamen la «herencia» de su país o su familia, deberían asumir la herencia completa. Eso incluye siglos de explotación y saqueo de las riquezas de otras gentes y otros pueblos.

La redistribución de la riqueza es una cuestión de justicia y sentido común… se puede llegar a esa conclusión sin necesidad ni siquiera de la moral.

Otra cuestión es que elijamos el camino del egoísmo y vayamos directamente a por nuestro aparente beneficio a corto plazo… pero de eso hablamos otro día.

Aprovecho para comentaros que hoy es el Día mundial del agua

Y, una vez más, os animo a que «mantengáis vuestra mirada en las estrellas y vuestros pies en la tierra», os pongáis manos a la obra. Os recomiendo una vez más este texto:

LOS OTROS Y TÚ


Oferta y demanda. Pactar precios

2 febrero 2010

El otra día aparece esta noticia tan linda…

Según el periódico, parece ser que varias compañías de fabricantes de gel (enormes compañías, por cierto) habían llegado a un acuerdo para subirnos el precio.

¡Oh, sorpresa! -pensaréis.

Hacían los botes más pequeñitos manteniendo el precio, angelicos.

¿Cómo hemos sabido esto? -os preguntaréis.

¿¿Mirando la etiqueta del precio, luego al bote, a la etiqueta, al bote, y vuelta a empezar hasta que a la repetición n-ésima… dices: «Daaate»??

No, hombre… cómo va a ser tan fácil. Ha sido gracias a un informador.

¿Un adalid de la competencia? ¿Bocasecaman, Superñoño?

No… ¡¡Uno de ellos se ha chivao’!!

Y lo más gracioso es que llegó por los pelos antes que otro de los figuras, que por ser el segundo sólo ha conseguido una reducción en la multa gracias a las pruebas que llevó contra sus compinches.

Qué episodio tan lindo.

El organismo que regulador es la Comisión Nacional de la Competencia, porque todo esto tiene que ver con la conocida ley de la oferta y la demanda.

Según esta ley, la oferta de producto, la demanda del público y el precio, se ajustan hasta que llegan a un equilibrio en un «mercado libre ideal».

Para que «el mercado» funcione, los proveedores de bienes o servicios deben competir, mejorando su servicio y abaratando precios, para conseguir más clientes.  Todo esto se va a la porra y nos quedamos con el trasero al aire si sólo hay un proveedor (monopolio, pregunten a Microsoft por sus multas), o si los proveedores se compinchan.

Estos casos son los que ponen de manifiesto la necesidad de un estado que proteja a la parte más debil. Cuando se pide dejar al mercado que se regule solo y se habla en contra del «intervencionismo», en mi opinión, se dibuja un panorama en el que las dos partes están en igualdad de condiones y no es así.

Más claro todavía es el caso de los sueldos o los precios que pagan los agricultores, por ejemplo.

Cuando uno va a buscar trabajo, ¿es frecuente estar en situación de negociar sueldo y condiciones, y hacer que compitan por ti las distintas compañías, mejorando sus ofertas?

¿Tienen los agricultores y ganaderos la posibilidad de hacer que compitan por sus productos distintas distribuidoras y mejorar sus precios?

Por eso hay que fijar un salario mínimo, unos precios mínimos en los servicios profesionales, y habría que fijar pronto un precio mínimo también para los productos del campo… sin menoscabo de que algún responsable de la administración metiese mano a la distribución y venta final que, a todas luces, huele raro.


El dinero de los ricos, ¿les pertenece?

27 enero 2009

Como la economía es una ciencia… pues me vais a disculpar que me descuelgue de vez en cuando con algunas palabrejas sobre esto.

Además como dice mi amigo Javi, hay que opinar y posicionarse. Así que, allá vamos.

El otro día me sorprendí a mí mismo diciendo: «(…) es que yo no creo que el dinero de los ricos les pertenezca.»

Y efectivamente, no lo creo.

Cuando hablamos de ricos herederos parece más claro, pero incluso en el caso de los emprendedores que «se han hecho a sí mismos«, ¿qué pasa con el trabajo de todos sus empleados? ¿La riqueza generada es sólo del dueño?… Como noto que se me sube el puño, entiendo que estas ideas tienen muchos años… algunos dirán que cien, otros que dos mil… depende a qué tipo con barba se las hayas oído.

Desde mi punto de vista entiendo que el reparto de la riqueza es una prioridad en este mundo en el que vivimos y una muestra de madurez de una sociedad y de sus individuos.

Entiendo también que somos usufructuarios de los bienes y bellezas de este sitio y que nos pertencen en tanto que pertenecen al sistema del que formamos parte.

Sin duda también nos pertenecen las necesidades y funciones que tengan que realizarse, por lo que también hay que contribuir, no sólo demandar.

El comportamiento egoísta y la conciencia de separación del sistema nos ha llevado al punto crítico en el que estamos, ¿tendremos la inteligencia y el valor de aprender de esto o nos reiteraremos en el error?

Antes de que cojáis las antorchas y las guadañas y os encaminéis a despojar de sus bienes a los «ricos»… dejadme aclarar que, en el planeta en el que vivimos, tener un techo bajo el que dormir, algo para comer y donde cagar (disculpadme) es ser mucho más rico que la mayoría… sin comentarios si puedes leer esto en un ordenador.

Así que, reformulo la idea.

Vuestros bienes, no os pertenecen.

Formáis parte de un sistema y participáis del uso de los bienes y derechos del sistema, y también de sus necesidades. Tan bueno y correcto es que os atiendan según nacéis cuando no habéis aportado aún nada al sistema, como que redistribuyáis parte de la riqueza que en su reparto desigual os ha tocado en este momento.

Y… eso es lo que hay por mi parte.

Si os apetece leer más, aquí tenéis un texto que escribí hace tiempo y que trabajo con mis alumnos sobre las donaciones.

LOS OTROS Y TÚ


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