Hablamos hace unos días de la zona intermedia, ese sitio donde vivimos la mayoría, donde corremos aventuras y vivimos grandes logros, que nunca saldrán en los periódicos, pero que nos llenan de emoción.
Ayer hubo especialmente dos momentos que tenían que ver con esto.
El primero por la mañana, cuando uno de mis alumnos del insti me preguntaba qué hacía un físico dando informática. Lo que se hace, o se intenta, es inspirar amor por la verdad y despertar conciencias en los jóvenes, una obra sagrada, por mucho que otros la consideren mediocre. Lo comentamos hace tiempo en «Los profesores no valen una…»
El segundo por la tarde en la escuela de música, zona intermedia donde las haya. Los alumnos de canto hicieron un pase, alcanzando todos ellos momentos de gran belleza y, sobre todo, la emoción del gran logro personal al que le han llevado sus aventuras, en nuestra patria intermedia.
Mis queridos Marta, Paloma, Miguel y José Luis, y yo, hemos hecho algo que no sabíamos si sería posible, a años-luz de nuestra zona de confort, montar una obra con ellos como cuarteto y yo como director.
Mi agradecimiento a todos los que me han traído hasta aquí, ladrillos que se pusieron hace años y otros que se pusieron ayer mismo. Particularmente a dos personas de las que aprendo a dirigir: Álvaro y Carlos.
Aquí os la dejo muy contento de la nuestra ruta y nuestro destino, sirva como homenaje a mis compañeros del grupo y a todos los que vivís heroicas aventuras, aprendiendo a pelar una patata, a poder correr media hora, a pintar a carboncillo, a mandar un email, a dar a la vuelta a una tortilla…
Nuestros hechos pueden ser menores, nuestras emociones y nuestra lucha por mayor libertad son excepcionales.
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