Setenta veces siete

Fuente: Wikipedia

¿Debo ser un buen cristiano y perdonar hasta setenta veces siete o ser un buen troyano y temer a los griegos hasta cuando traen regalos (2)?

Ayer sucedió, una vez más, que un político de un sector «crítico» dentro de su partido, se quejase de que el partido había tomado una dirección diferente a la que se prometía en su fundación. Hay que reconocer que es una sorpresa que, en esta ocasión, la queja se acompañe de una dimisión.

Vayamos más allá de la mera anécdota a ver qué podemos aprender.

Contaba el político que había sido «leal» y había expresado sus quejas una y otra vez en los órganos correspondientes del partido sin que repercutiera, viéndose, por tanto, abocado a esta decisión. Por supuesto me recordó aquel post «Los críticos tienen fecha de caducidad».

Eso quiere decir que no ha sido una respuesta inmediata a un cambio de dirección, sino que después de «aguantar» que se traicionaran esos ideales un número no pequeño de veces, la cosa acabó en divorcio.

Como os comentaba en aquel post, es muy curioso el papel de los críticos que viven de una organización con la que están en desacuerdo, mientras que esta usa el atractivo personal de aquel o la pluralidad aparente de la que se viste al acogerlo entre sus filas, para blanquear sus acciones.

Mas allá de esto me gustaría señalar, algo que cualquier educador experimentado conoce:

Aprender pasa por asumir los costes de las propias acciones.

Y yo me pregunto, ¿quién paga estos «errores de confianza», estas «traiciones» de las que se quejan los críticos? Claro, tú y yo, como siempre. Los ciudadanos.

Estas «paciencias», estos «perdones», de los que nadie parece arrepentirse, están muy lejos de ser experimentos con gaseosa, inocuos y bienintencionados. Se parece mucho más a probar fuegos artificiales en el salón de mi casa, y después irse a la suya, sin recoger.

Se parece más a la retahila típica de niños y adolescentes «perdón, perdón, perdón, perdón…» que sólo busca pasar de largo, esquivar las consecuencias, evitar la reparación del daño. Los que nos dedicamos a educar sabemos lo improbable que es la comprensión del error sin que se tenga que asumir un coste por él. De hecho, no veo en los adultos un comportamiento muy diferente, en general, que no se mueva por evaluación de coste y beneficio, por mucho que me entristezca y trabaje contra ello.

Hay una responsabilidad en traicionar unos principios. Hay una responsabilidad en recomendar a alguien y que luego resulte perjudicial para aquellos que asumieron tu recomendación.

Si jugamos a ser el «crítico», el «verso libre» deberemos asumir nuestra responsabilidad, en lugar de «perdonar» a la organización y dejar que los demás paguen los platos rotos. Hemos participado en el engaño a otros, hemos sido imprudentes y atrevidos, y alguien ha resultado dañado.

Y, los ciudadanos, consumidores y votantes, haríamos bien en pasar costes a quienes actúan así de irresponsablemente (o de malintencionadamente). Y hacerlo en la moneda que les importa: el dinero… u otros elementos monetizables, como los votos.

(1) Mt 18, 21-22

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?

Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.

(2) https://es.wikipedia.org/wiki/Timeo_Danaos_et_dona_ferentes

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