Imagina un tostador normal.
Le das al botón y se pone a calentar durante unos segundos, después se para y salta… bueno, no salta nada porque te habías olvidado de poner el pan.
A esa máquina no le importa si has puesto pan fino, grueso, has metido la mano o no hay nada. Recibe una orden y la ejecuta sin comprobar cómo ha sido el resultado. A esto se le llama trabajar en bucle abierto… vamos, sin bucle ninguno.
Lo mismo pasa con las estufas antiguas o sencillas. Las encienden y calientan, punto. Da igual si es verano, invierno, si hay alguien en la habitación o si la casa está en llamas.
Aunque exagere un poco, no es esta la mejor manera en la que pueden funcionar nuestros aparatos.
Al fin y al cabo, nuestro objetivo no es que el tostador caliente, sino que caliente hasta que la tostada esté bien hecha, ni a medias, ni quemada. Tampoco es nuestro objetivo que la estufa caliente, sino que la temperatura de la habitación sea la que hemos elegido.
Esto se arregla si nuestra máquina puede tomar datos del exterior y evaluar hasta qué punto la tarea está completa, para apagarse, seguir funcionando o ponerse en funcionamiento.
Es la función que hacen los sensores. Ellos toman valores de magnitudes físicas (luz, color, temperatura, humedad, posición, etc.) y se la pasan a la máquina para que evalúe si esa magnitud está en el valor deseado o no.
Un ejemplo muy corriente es el termostato que usamos en casa. Elegimos qué temperatura queremos y este manda una señal de arranque a la calefacción cuando se baja de esa temperatura y una señal de paro cuando se sobrepasa.
Otro más reciente, pero ya muy extendido son los acelerómetros de los teléfonos que les hacen saber en qué posición están y tomar decisiones como cambiar la visualización en pantalla, apagar una alarma… lo que se quiera programar. Una cosa es el dato que da el sensor y otra la decisión que toma la máquina.
Si dibujamos el proceso nos queda más o menos así:
Imagen enlazada de aquí
Por eso a esta manera de actuar la llamamos en bucle cerrado, y al proceso de evaluar el resultado a la salida del proceso y enviarlo «hacia atrás», realimentación, en inglés, feedback.
Uno de los sistemas más interesantes en lazo cerrado es… usted. Tiene el cuerpo lleno de sensores, y no hablo de los «sentidos» tradicionales, o de los sensores de la piel que le informan del calor y demás… también tiene «propioceptores», sensores internos que toman datos de la tensión arterial, concentración de azúcar en sangre, etc. y que envían esa información a su encéfalo, donde se toman decisiones como variar la frecuencia cardíaca, secretar hormonas, etc.
Si te pones de pie y te observas, verás cómo tus pies corrigen tu posición y postura para que no te la pegues, evaluando en fracciones de segundo la información que aportan tus ojos, tu oído interno y sensores de tus articulaciones… sin tu participación consciente.
Y, ¿la segunda parte del título del post?
También en nuestra comunicación y en nuestra forma de actuar trabajamos de forma parecida, en «bucle cerrado».
Contamos un chiste y miramos a la audiencia, si se ríe o no, y adaptamos nuestra conducta al efecto que producimos con nuestra primera acción. Por eso funcionan el conocido Condicionamiento operante.
En los niños pequeños es muy curioso ver cómo miran a sus padres justo después de hacer algo para ver su reacción y recibir así feedback.
Y, por fin, llegamos al punto donde se originó la idea de escribir este post, la gente que no contesta, que no da feedback.
Escribes a alguien un SMS, un whatsapp, un email, un tuit dirigido… y no son capaces de decir ni tan siquiera un «Gracias, intentaré echarle un vistazo cuando pueda.» No sé a vosotros, a mí me jode parece una descortesía, sobre todo con lo sencillo que es dar ese acuse de recibo y lo bien que se queda.
En realidad, cuando la vida te interpela no puedes dejar de contestar, porque incluso la ausencia de respuesta es una manera de responder. Aquel «No hay mayor desprecio que no hacer aprecio», es quizá lo que hace que sintamos que nos desprecian cuando hacen eso con nosotros.
En cualquier caso esto nos sigue confirmando que no podemos elegir las acciones de los demás, que no podemos elegir a nuestros amigos o a quien nos quiere, lo único que está en nuestra mano es elegir las respuestas que damos a lo que los demás nos «propongan».
Así que afinen sus sensores, tomen datos sobre los resultados generan sus acciones en el mundo y en los otros, observen y elijan su forma de actuar. No le impongamos a la realidad nuestras teorías: observemos y aprendamos.